sábado, 25 de mayo de 2013

Nicolás Husmea - No puedo, no puedo

Empieza la peor época para viajar en Metro. El calor que puede llegar a hacer en la calle es poco comparado a la calorina del Metro.

Nicolás Husmea lo sabe, y por eso se le ha ocurrido recopilar unas cuantas cosas que odia de su medio de transporte usual, o quizás podríamos llamar lo "su casa".

No puedo, no puedo. Esto es todo lo que me ha dicho cuando me ha pasado estas palabras para que las publique. Pues ala, ahí van.





Nicolás Husmea - No puedo, no puedo.


No puedo, no puedo. (léase No puido)
Hoy no toca homenaje a Chiquito, pero aún así voy a entonar varios “No puedo” referentes a varios temitas que a diario perturban mi tranquilidad en el medio donde me muevo como pulpo en aceite: El jodido Metro.

Esto puede ser lo que piensa en un día cualquiera una persona cualquiera.

No puedo con los repartidores que se ponen en la entrada del Metro, hacen tapón, y es imposible pasar. Claro, supongo que lo harán por acumular gente y acabar de repartir cuanto antes, y así poder irse a… no se… salvar el mundo de la invasión de Monos Verdes Mutantes. Además, como encima den regalito, aquello se transforma en una batalla campal. Los señores mayores, que llevan 30 minutos ya haciendo cola, utilizan sus armas para coger todo lo que les de los brazos. Pero los repartidores, como son tan majetes, se ponen en el mismo acceso, y yo que paso del periódico (porque me mancha los dedos de tinta, soy un especialito) no puedo entrar al Metro, salvo que salte por encima de todos. Como soy grácil y felino a veces lo hago.

No puedo con la gente que espera a estar delante del torno para sacar el billete de la cartera, no dejando usar el torno aunque no lo usen ellos. Llegas al torno con la legaña colgandera y con tu metrobús arrugado y renegrido, y no puedes usarlo porque la tipa de delante está rebuscando en la cartera donde habrá dejado el billete. La cartera es de esas en la que cabe Paquirrín recién cenado. Podría buscar el billete a un lado del torno, podría buscarlo según baja las escaleras, podría llevarlo preparado desde casa para dejar el torno libre, pero no. Es mejor hacerlo delante del torno, taponándolo, no vaya a ser que tú seas el viajero 1 millón y te den el abono gratis para el mes que viene.

No puedo con los que no pasan al fondo del vagón y se quedan en la puerta, te miran y no te dejan pasar. Pasan al vagón los primeros, con prisa, con ansia viva, y en vez de adentrarse en el fabuloso mundo del vagón calentorro, se dan la vuelta y se quedan en la puerta. Encima se te quedan mirando desafiantes. Sólo les queda pedirte el DNI y mirarte los calcetines blancos. Siempre se puede usar la técnica “ariete”, y arrasar con él, empujarle y meterle el codo en el riñón, siempre y cuando le pidas perdón al final. Siempre funciona.

No puedo con las señoras mayores que tienen que vocear lo que les ha costado el abono.
Se queda parado el Metro entre estación y estación y ya están, se las oye enseguida: “62 con 35 he pagado ¿Para qué? ¿Para esto? Para estar parada... 62 con 35 exactamente, que es lo que pago todos los meses, sin rechistar, religiosamente” Señora, sabemos lo que cuestan los abonos, es una información pública. Todos pagamos lo nuestro. Recuerda: no la lleves la contraria o te comerá el alma.

No puedo con las señoras que te buscan la mirada para que les des la razón.
Después de que el metro esté parado y hayan dicho el precio de su abono entre 3 y 4 veces, o incluso más, encienden el radar para buscar la mirada cómplice de algún viajero. Todos bajan la vista. Pobrecito si te cruzas con su mirada porque empezará tu calvario. Lo notaras porque dirán “Claaaaro, ¿o no es así?”. Sal de ahí como puedas. Recuerda que puede comerse tu alma. Sal del vagón si es necesario y no mires hacia atrás. Salva tu vida.

No puedo con la gente que resopla. Me pongo nervioso cuando veo al de la lado mirando el reloj, resoplando, hablando por lo bajini, volviendo a resoplar, mirando el reloj, ahora el móvil por si el reloj va mal… Parece que están rezando la oración mañanera. Soplando el metro no corre más. Bueno, igual si nos ponemos de acuerdo y soplamos todos a la vez…

No puedo con los chavales que tienen que escuchar música sin los auriculares. Si al menos fuera algo con ritmo o con mensaje… pero no, siempre es algo del estilo “niña rica, muévete con sabrosura, cosita linda, mueve el falopindo, a lo loco a lo loco”. Además siempre van con rostro serio, como si escuchar “música” en alto fuera algo trascendental.

No puedo con las niñas que gritan lo bueno que está Lucas y ríen como trastornadas.
Suelen ir de dos en dos. De cada 4 palabras una es “tía”. Agarran las carpeta con la foto de los Alahurín esos o como se llamen, con los dos brazos, aunque tienen la habilidad de poder usar su móvil con funda rosa chillón, y hablar de lo bueno que está Lucas con ese tono de voz tan “agradable”. Siempre existirá una tal Debo, a la que pondrán verde y se reirán de sus pantalones rosas. Luego la Debo entrará en el Metro, le darán dos besos, y le dirán lo guapa que va con sus pantalones rosas.
Como les gusta el rosa a este gremio…

No puedo con los que abren el periódico y ocupan 3 huecos. El Metro va hasta el cencerrete, pero ahí está el señor encorbatado que abre su periódico, bien abierto, y si se topa con tu brazo te mira mal. ¿No ves que llevo corbata y tengo que leer el periódico? Claro, el gratuito… Péinese señor, péinese. Un día me dijo mi tía Rubina que no me fiara nunca de la gente con corbata.

No puedo con los que se abren paso como si su brazo fuera una anaconda para agarrarse a la barra del metro. Tiene una barra encima de tu cabeza. Pues no… Sacan su brazo-anaconda, lo meten entre los posibles huecos, se van haciendo fuertes y cuando te quieres dar cuenta se han agarrado, y tu estás en escorzo, formando 45º con el suelo, haciendo el Michael Jackson.
Puede que esa persona te mire y esboce una sonrisa.
No se para que sirve esa sonrisa, pero lo hace.

No puedo con los están en el andén y al abrirse las puertas del vagón, en vez de dejar salir, se abalanzan como locos a buscar asiento libre. Llegas a tu parada y ves gente fuera, moviendo la cabeza como las lechuzas. Podrías pensar que están grabando un capítulo de “Frank de la Jungla”, pero no. Su target son los asientos libres. Saben que deben ser rápidos, y si dejan salir antes de entrar lo normal es que pierdan su asiento. Se abren las puertas y mientras ellos creen que son resbaladizos cual merluza en escabeche y caben por cualquier hueco, realmente te llevan por delante para coger ese sitio libre.

No voy a hablar del perfume favorito de alguno que se agarra de la barra superior del Metro: Eau de Sobac.

Anda majetón y/o/u majetona. Cuéntame alguna cosa más del Metro que hace que pienses “No puedo, no puedo”.





1 comentario:

  1. Después de hacerte a la idea de que quedan X minutos según pone el cartel, que pase el convoy y no pare.. Ahí invocas a Mjolnir ( martillo de Thor ) para poder hacer justicia, pero desgraciadamente solo te queda apretar los dientes y mirar fijamente un enchufe trifásico rojo que hay en la pared...

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